Cuando alguien decide sincerarse contigo y contarte su trauma es curioso sentir cómo cambia tu actitud hacia esa persona, tus gestos se apagan y a duras penas logras balbucear unas palabras poco apropiadas porque, así de primeras, los traumas ajenos provocan repulsión.
Es muy posible que cuando vuelvas a ver a esa persona, de golpe y porrazo, te invada el recuerdo de su trauma, estigmatizándolo de forma involuntaria. Y es que a menudo, los temas desagradables, aunque sean ajenos te pueden sobrepasar emocionalmente y sin darte cuenta notas que miras a esa persona de una forma distinta, te despierta compasión e incluso cierto rechazo si se trata de un tema escabroso.
Si te pasa esto alguna vez, párate a pensar porque es posible que en algún episodio de tu vida pases por un mal trago como el de la persona que se ha sincerado contigo y no te gustaría ver cómo tu amigo te mira con pena, notar cómo le provocas lástima o ver cómo se excusa para salir por patas a la primera ocasión que se le presente.
Al principio te va a costar pero te animo a que le enseñes tu mejor cara de confidente, a que le transmitas seguridad con tus gestos, a decirle que estás ahí para escucharle y que no está solo en ese valle de lágrimas. Si lo haces, sin saberlo, le estarás ayudando a iniciar un proceso de resiliencia.
Aunque no lo creas ahora, sólo con ese pequeño gesto de afecto vas a facilitar que esa persona salga algún día fortalecida del trauma que ha sufrido.
El reconocido padre de la resiliencia, Boris Cyrulnik, explica que el primer paso para salir del agujero negro es dar sentido a lo que te ha pasado y expresar a quién sea -un familiar, amigo o psicólogo- y por la vía que se pueda la desgracia que uno ha vivido; ya sea de viva voz, escribiendo un relato, pintando un cuadro, corriendo un maratón o interpretando un papel en una obra de teatro.
Algunas veces expresar verbalmente la adversidad puede resultar muy violento y simplemente no se puede ni se recomienda forzarlo. En estos casos, puede ayudar mucho compartir afecto con esa persona haciendo cualquier cosa juntos, desde cocinar una receta, ver una película o tomar un café en una terraza, para evitar que la persona se aísle en su sufrimiento y que al menos, por unos momentos, deje de sentirse sola con su angustia.
Es importante hacerle saber que un episodio negativo no puede condicionar toda una vida, en algún momento tendrá que secarse las lágrimas, hacer de tripas corazón, rodearse de gente que le quiera, dejarse ayudar y arrojar luz a su agujero negro.
Desde fuera todo lo que te estoy contando cuesta muy poco de hacer y cuando veas a esa persona renacer te va a llenar muchísimo porque la habrás ayudado de verdad y en gran parte habrá sido gracias a ti.
Aunque lo cierto es que nunca se consigue eliminar del todo un trauma, siempre queda una huella con la que hay que aprender a convivir y lidiar en tu día a día. ¿Y cómo se hace esto? Empezando por dar una interpretación más llevadera de lo sucedido, entrenando los pensamientos racionales y huyendo a toda costa de los discursos irracionales que intentan culpar o maldecir a las personas traumatizadas. Me refiero a frases malnacidas como: “serás un desgraciado toda tu vida” “te quedarás tocado de por vida” o “si te ha pasado es porque te lo has buscado”.
Si consigues llevar a la práctica todo lo que te cuento en este post, te podrás sentir más que orgulloso contigo mismo porque habrás hecho un curso intensivo de empatía, cursado un postgrado en resiliencia y tendrás un máster en intervención de traumas. Y con toda esta formación en tu currículum, de carácter no oficial, habrás borrado de un plumazo la repulsión a los traumas ajenos.
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