Es posible que hayas podido experimentar más de una vez algún secuestro emocional, son momentos en los que pierdes el control de tu mente, sientes un estallido de emociones que te dominan y eres incapaz de pensar con claridad. La verdad que siempre he tenido curiosidad por entender cómo en cuestión de segundos emociones como la ira, el miedo o la tristeza pueden controlar tu mente y cuerpo a su antojo.
Resulta que la principal culpable de este estado es la
amígdala, una parte de nuestro cerebro donde se procesan y almacenan las reacciones emocionales y que se dedica con devoción a encontrar posibles
amenazas externas. La amígdala examina el entorno y se cuestiona siempre si cualquier
estímulo puede ser dañino para ti.
Cuando la amígdala detecta una amenaza activa una señal de alarma que envía al resto del cerebro y que anula el funcionamiento de la corteza prefrontal,
la zona del cerebro que te permite reflexionar y evaluar lo que está sucediendo
de forma racional. Al quedar impedida esta parte, la amígdala consigue tomar el mando de todo poniendo a
su disposición todos los recursos para
responder sin filtro a la supuesta amenaza.
Estando en estado de alarma tu cuerpo segrega unas hormonas
que consiguen tensar tus músculos, agudizar los sentidos, reducir el campo
visual y acelerar el pulso. Todo ello sucede porque tu cuerpo se prepara para
luchar o huir ante un supuesto peligro. Por eso, durante los secuestros sientes unas ganas
tremendas de arremeter contra alguien o de salir por patas.
La amígdala siempre hace el primer filtro de las señales
externas y tras su evaluación llegan a la corteza prefrontal, por este motivo es habitual que las emociones te abrumen y tomen las riendas de tu cuerpo porque a veces
se esquiva el cerebro pensante.
Este sistema de alarma se ha quedado algo obsoleto porque si
te paras a pensar veces contadas sufres amenazas que ponen en riesgo tu vida.
En la mayoría de situaciones que vives no necesitas que la amígdala secuestre
el resto del cerebro y menos todavía tu parte racional. Por este motivo muchas
veces te arrepientes de las respuestas toscas e irracionales que acostumbras a
tener durante el secuestro.
Si bien es cierto que hay momentos en los que es imposible
evitar un secuestro emocional, también lo es el hecho de que no tenemos
porque siempre ser víctimas de un desbordamiento emocional, puedes entrenarte
para evitarlo o aprender a manejarlo mejor.
A continuación, he recopilado 4 recursos de autoayuda que te pueden ayudar
a evitar un secuestro emocional:
- Aprender a diferenciar entre situaciones que son un peligro de aquellas que no lo son. En la vida pasamos por muchos momentos estresantes y estremecedores pero la mayoría no suponen un peligro real, por lo que no hay necesidad de perder los nervios, tensarse o enfadarse a la primera de cambio.
- Si eres capaz de prever el secuestro, intenta en ese momento concentrar tu atención en la respiración y mientras hacerte las siguientes preguntas: ¿Vale la pena alterarse tanto por esto? ¿Realmente esto que me sucede tiene tanta importancia? Respondiendo a estas preguntas estarás dando razones para impedir que la amígdala lleve a cabo el secuestro de tu parte racional.
- Ser consciente de los síntomas que experimentas cuando te disgustas o las cosas no salen como te esperabas: sudoración, acaloramiento, tensión muscular o dolor de cabeza son algunos de ellos. Es importante identificarlos para buscar mecanismos de escape que te permitan reducirlos.
- Sólo cuando haya pasado el secuestro serás capaz de analizar qué te ha conducido al estallido emocional . Ser consciente de los hechos y los síntomas te ayudará a racionalizar el proceso para evitar la respuesta automática en situaciones futuras que puedan desencadenar un nuevo secuestro.
En resumidas cuentas,
no es plato de buen gusto ni para ti ni para los demás presenciar un secuestro
emocional. Así que lo mejor será
entrenarte para evitarlo o aprender a manejarlo mejor, y de este modo, no dejar que controle tu mente
y cuerpo a su antojo.
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